POR: VÍCTOR SALMERÓN · · 6 SEPTIEMBRE, 2020
Estaba pensando y meditando un
poco en el artículo que fue publicado esta mañana en el Observatorio del
Laicismo titulado: “La introducción del Islam en las aulas indigna a las
entidades laicistas» (MERCADER, 2020), y, debido a ello, decidí escribir esta corta
reflexión. Pues bien, implementar e introducir la educación religiosa en las
aulas no parece ser una medida beneficiosa para los estudiantes. Alguien
pudiera objetar con la mayor sinceridad y sin ningún tipo de doblez, ¿por qué
no? Si, como es bien sabido, los fines que pretende objetivar toda religión
son, casi siempre, considerados por las mayorías como nobles y deseables. Quien
no quiere vivir en un mundo repleto de amor y felicidad, todos; y, para los que
creen en otra vida después de la muerte, lo es aún mayor. A pesar de lo bueno
que pueda resultar la práctica religiosa vista desde un punto de vista
pragmático, no es capaz de sobrepasar sus defectos. No se puede negar que, en
ciertos lugares y en determinados momentos de la historia, ha resultado
relativamente beneficiosa, mas el poco bien hecho no puede eximirla de los
grandes perjuicios realizados con o sin intención a un inconmensurable número
de hombres y mujeres en la tierra.
Existen tres razones, a mi
juicio, por las que no se debería implementar e introducir la enseñanza
religiosa en las aulas escolares. En primer lugar, porque contribuye de manera
significativa a fomentar el dogmatismo, algo nefasto para la inteligencia. En
general, la enseñanza que imparta un profesor perteneciente a un determinado
grupo religioso será expuesta acrítica y dogmáticamente y el contenido que se
enseñe en su clase deberá ser aceptado como el único verdadero no sólo porque
él lo diga, sino porque Dios mismo así lo afirma en el libro sagrado. Como es
del dominio público, los libros sagrados de las grandes religiones están
repletos de toda suerte de hipótesis gratuitas, ¿por qué se debe aceptar eso
tan desfasado? La compresión de un
profesor de teología, por más libros seculares que haya leído, descansa en último
término en el libro sagrado de su religión y de él deriva la teoría del
conocimiento, la visión moral y la comprensión general del mundo que él tenga.
En segundo lugar, aumenta exageradamente la intolerancia de grupo. Si un
determinado grupo de estudiantes no suscriben con la verdad revelada, la que se
encuentra en el libro sagrado, serán vistos con desdén y como sujetos de una
impiedad aterradora. Esto crearía una atmósfera definitivamente adversa para el
pleno desarrollo y potencialización de las más eminentes virtudes intelectuales
y morales de los estudiantes. Por último, existen ciertos grupos con los cuales
las principales religiones están en desacuerdo, esto debido a sus concepciones
morales e intelectuales acerca del mundo óntico y ontológico. Estos grupos, en
verdad, se verían profundamente afectados. Por ejemplo, se incrementaría de
manera desmedida la ateístofobia y la homofobia. Es probable que si la
educación religiosa se sigue proliferando en esta época, será mayor el daño que
hará que el poco bien que conquistará.
La educación laica, a pesar de
poseer ciertas deficiencias, como toda cosa humana, parece ser la más
conveniente y sensata para todos. La educación laica se esfuerza, lo más que
puede, por ser íntegra en el más alto grado, no se pone del lado de un grupo en
detrimento de otro. Propone una educación que comprenda una diversidad de
tópicos, no procura imponer una verdad como la absoluta, pues entonces
contribuiría a limitar los criterios y los juicios de valor individuales.
Además, trata, lo más que se pueda, de ser inclusiva. No tiene preferencia con
un determinado grupo, busca objetivar una atmósfera de completa justicia. Por
otro lado, respeta las creencias privadas de los estudiantes, no se pone de
lado de un grupo, trata de ser lo más imparcial posible. Es tolerante. Es capaz
de separar perfectamente lo religioso de lo gubernamental. Es, pues, evidente la abrumadora superioridad
de la educación laica sobre la religiosa; la educación laica es la más
democrática y, por lo mismo, la más asequible para todos los países. Además,
las escuelas son instituciones del estado; las religiones —de la naturaleza que
sean— deberían enseñar sus teologías, realizar sus ritos, cultos y oraciones en
sus respectivas iglesias no en instituciones creadas con propósitos distintos.
Es indudable que la religión, por
lo antigua (más que la ciencia) que es y
lo determinante que ha sido en la configuración de la sociedad, es una materia
de considerable importancia más que todo desde un punto de vista cultural,
histórico y antropológico, pero debe ser estudiada en la asignatura de
historia. No debería ser enseñada con propósitos religiosos, sino más bien por
fines meramente académicos. Por otro lado, debería ser enseñada por maestros lo
suficientemente maduros y capaces de poner aparte sus pasiones religiosas o
ateas; impartir un contenido cierto, objetivo y libre de prejuicios sería lo
más deseable.
Para lograr objetivar plenamente
una educación crítica y laica es preciso ser capaz de trascender el fanatismo
religioso o ateo. En general se da por supuesto que el fanatismo es una cosa
inherente en los religiosos, sin embargo existe asimismo un fanatismo ateo,
recuerdo muy vívidamente algunas experiencias que tuve en los salones de clases
cuando estaba en la universidad, muchos profesores ateos realizaban comentarios
insensibles en contra de las religiones. A mí no me afectaba en lo absoluto,
pero sé que a ciertos estudiantes creyentes sí. Pero dado el miedo que tenían a
perder puntos o aplazar la clase, no se atrevían a contrariar abiertamente los
criterios que aquellos sostenían.
Antes de aceptar una teoría o una
doctrina es preciso preguntarse si existen razones suficientes para terminar su
plausibilidad. En segundo lugar, es imperioso investigar en qué forma aquella
podría ayudar a mejorar el mundo y, por lo mismo, brindar un poco de felicidad
a este valle, tétrico e infecundo en materia ética, dominado, en gran medida,
por las lágrimas. La religión, por más que se jacte, no ha hecho en realidad
mucho para transformar y erradicar la miseria interior y exterior en este
mundo, por ese motivo no hay razón para volver a guiar nuestros pasos bajos los
dictados teóricos y éticos que proponen sus libros sagrados. Desde que el
progreso científico puso a la religión en su lugar, en la categoría de
superstición, el mundo ha mejorado definitivamente en muchos aspectos, hay
muchas cosas criticables en la sociedad actual, es cierto, pero es mucho mejor
que el imperio de la religión. Por lo tanto, volver a implementar una educación
religiosa en las escuelas representaría un retraso civilizatorio.
Víctor Salmerón
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*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.
Fuente original: https://laicismo.org/educacion-si-pero-laica/?fbclid=IwAR3p9X2p5GKeUHSiuDUkYmBO0H-D9OXPDze2y50GbLyLE7ac_Y8WRSsKg0k