¿QUÉ CELEBRAMOS EN EL DÍA DEL POETA PERUANO? POR JULIO BARCO



 Hoy leo en las redes que se celebra en el Perú el día del poeta peruano. Y, aunque si bien es necesario manifestar la necesidad de celebrar y convocar a nuestro país a un festejo –quizá inútil en tiempos de cuarentena- se me hace necesario preguntar, ¿qué celebramos? ¿Celebramos que la prensa mercenaria de país ya no ponga poesía ni poemas en sus páginas? ¿Celebramos los inflados precios que tenemos que pagar por los poemarios que más amamos? ¿Celebramos la indiferencia del público peruano frente a un arte que, sin duda, es uno de los que más brillan dentro de nuestras fronteras? ¿Celebramos que las casas de nuestros más grandes poetas –como Eguren, Chocano, Martín Adán, por ejemplo- sean actualmente nichos de oxidada indiferencia? ¿Celebramos que nuestra televisión nacional amolde sus programas al paroxismo de la inmundicia y no fomente el hábito lector? ¿Celebramos que nuestros alcaldes apoyen endeblemente proyectos poéticos como concursos o impresión de libros? 


¿Celebramos la ausencia de apoyo del Estado a tantos libreros que, con inmenso coraje, siguen limpiando de polvo de la indiferencia sus libros para que sean frutos en manos ávidas de sueños? ¿Celebramos la ausencia de críticos y de revistas y de publicaciones asiduas que alimenten la lírica nacional? ¿Qué podemos celebrar entonces? ¿Celebramos la indiferencia de tantos poetas que viven en la absoluta soledad hasta el final de sus días?
A mí nadie me engaña. Yo veo, observo, palpo la realidad y escribo y vivo en ella. Asunto durísimo. Pues, al hablar de poesía, no solo hablamos del arte y la sensibilidad, sino de un agente necesario y fabuloso que necesitamos ejercitar: el hábito lector. ¿Acaso no somos un país que suele quedar rezagado en los exámenes internacionales que nos exigen tanto comprensión matemática como lectora? ¿Acaso no somos víctimas de la ignorancia, de la corrupción y del silencio?


Yo, cuando pienso en la poesía peruana, no pienso solamente en lo solemne que es escribir un libro, editarlo, imprimirlo y presentarlo frente a un público; tampoco pienso en los estudios quiméricos sobre temas concretos, en el trabajo circunspecto de los académicos (1) que diariamente alimentan la intelectualidad, sino, pienso en aquel jovencito, en aquella jovencita que hoy, al leer algunos versos de Javier Heraud, sintió aquella poderosa magia que solo los signos, desnudos y bien tarjados, pueden introducir dentro de nuestros dos cerebros, y extender en nuestra mente. La posibilidad de ponernos otros espejos y laberintos. La posibilidad de unir nuestra pequeña y reducida alma a miles de almas que vibran como girasoles titilantes. Pienso en el orgullo de su sentir. En las calles que le tocará vivir y en el ritmo que le será asignado cantar. Pienso en los versos escritos bajo la noche constelada. Los versos que son puentes. Los versos que son las estaciones donde los cuerpos se unen. Los versos que no se leerán nunca. Los versos que son cantos y esperanza, barcos y satélites, furias y flores, calles y avenidas, algarrobos y nubes, calles y ventanas, cuerpos y sentidos.


Los poetas en este país, como a lo largo de todo el continente latinoamericano, son seres de fábula. Aquí nació Vallejo y universalizó su peruanidad en todo el mundo; aquí nació Hinostroza, y creó un libro que inaugura la belleza y la rebeldía; aquí se tejieron los 5 metros de poemas de aquel joven sonriente y tímido llamado Oquendo de Amat; en estas tierras fue donde Varela absorbió la atmósfera de aquel puerto que sí existe; aquí, Verástegui soñó con una ópera para la nueva posmodernidad. En ellos, y en tantos y tantas, se funda el himno de nuestra nación. Aquí cantaron y cantan todavía Churata, Magda Portal, Pimentel, Juan Ojeda, Sologuren, Carmen Ollé.

El trabajo de los poetas, en el Perú, es infinito, perpetuo, a contra corriente, caníbal, lúdico, perpetuo. Se tiene que hacer o se tiene que hacer. Es un trabajo diario o no es. Se lucha contra una sociedad donde no se lee, ni se consume libros, y hablar de ellos y fomentarlos se vuelve un acto tanto quijotesco como absurdo, aunque necesario si te sostiene el orgullo de tu lucidez, si tu fuerza es real y tu música brilla. Se lucha contra la vergüenza de muchas personas que solo viven con prejuicios y juzgado los sueños de los otros. Se vive con infinita urgencia de crear y armar nuevos y sólidos libros. Sé de terco trabajo de los poetas de mi país. Sé de la rebelión perpetua de un poeta. Sé de muchos que escriben en enloquecidos cuartitos, en cajas de cigarrillos, entre las voces de sus padres gritando, o la voz de sus familiares hablando a gritos desde sus celulares frente a la necesidad de silencio que necesita un creador frente a su obra. Su vida misma pertenece a otro género literario. Sé de cerca de los inmensos problemas que tiene mantener con orgullo este oficio. Yo, desde que asumí mi vida como una forma de existir para la poesía, viví y padecí y sobreviví a toda clase de meollos. La indiferencia de las personas que se burlan de tus objetivos, la indiferencia de los que no comprenden la fuerza y realidad con la que uno vive y escribe y sueña sus versos. Uno resiste. La poesía en el Perú se hace desde la calle, en lo más desgarrado, entre las estaciones y la furia. En todos los rostros de este país, tan diferente como heterogéneo, tan inmenso como contradictorio. Los poetas peruanos saben que no se vive en un ambiente benigno y asumir la vocación poética es un acto de rebelión. La estupidez reina y es la diosa de muchos. Educarse, actuar sobre la realidad, enfrentarse al tiempo y sus mentiras, escribir, estudiar, es aspirar el cenit de otro aire. Y ahí precisamente W. Delgado dice:

Un camino equivocado es también un camino

Y ese camino es hacer arte en este país. Escribir jamás fue un acto cursi ni idealista, es, al contrario, el acto que te arroja más intensamente a la realidad. Un juego, como sentenció Heidegger, pero un juego serio, pues ahí, entre palabras, nos jugamos precisamente la esencia, aquella que el lenguaje que se reduce a su intensidad dentro del verbo lírico, arroja y canta. Este país –su costa, sierra y selva- su convulsión y sus maneras de ser, sus anchas diferencias sociales, su racismo pútrido, sus malditos prejuicios, su mentira y banalidad diarias- enfrentarse y luchar desde tu arte es un acto vital. Entonces, ¿qué podemos celebrar? Nada, pero sí podemos celebrar esa fuerza que mueve el arte, ese instinto que no se puede evitar y del que somos víctimas y que nada calma ni calla. Celebro la poca cordura de los genios que nos dieron, frente a la estrechez diaria, el acceso a universos y texturas, a mundos que nacen desde la palabra, a bosques de signos que nutren nuestra mente y fortifican nuestra propia forma de ser. Esto celebro: celebro el empuje de la joven y rabiosa poesía del Perú. Celebro, con mis patas de Lima, con quiénes armamos recitales y eventos en los ríos de la ciudad, con quiénes soñamos el versos entre calles y avenidas; celebro con mis amigos de Tacna, perdidos en la lectura de Churata y las altas horas de la madrugada; celebro con Cajamarca, donde todavía titilan las más hermosas muchachas; celebro con mis patas de Trujillo, andando por la av. Pizarro, entre versos y cantos fabulosos; celebro en Chepén, donde casi pierdo la vida cuando salté de una camioneta para evitar un inminente choque; celebro con los patas de Ica, donde me perdí en el mar bebiendo un pisco y amando las conchitas pequeñas y trizadas de la enorme costa. Celebro en Cusco, en fin, en todos y cada uno, en todos los lartidos de nuestro país.


Este país, en suma, que nos reduce y nos hace menos, nos reduce a solo ser formas silenciosas y calladas, entre trabajos hediondos y explotados, donde la juventud muere sin otros sueños que comprarse una tele grande para ver malas películas traducidas al español latino; obstinadas de rabia, este país,-roto, convulso, injusto, desigual, donde solo un puñado de familias y la empresa privada domina todo y los demás viven al día, solo de migajas- es donde yo escribo y vivo, y rabiosamente verso y mantengo el fuego de mi convicción ardiendo y encendido. Porque nadie puede escapar, nos sostiene el sueño. Y este país, donde uno vive y sueña, llora y fornica, donde uno es un fruto todavía fresco, y somos reducidos a “vagos”, “tontos”, “insensatos” -por una sociedad que vive bajo un régimen económico hace 30 años fundado y sustentado por la Matrix-, y siempre reducidos, es todavía un inmenso poema por escribir. Y por eso, precisamente, celebro: porque la poesía, pese a todo, vive.

Chiclayo, 2020

(1)Seres que, pese a todo, siguen educándose en lo profundo, Y nos invitan a la crítica, a la deliberación de las ideas.


Fuente:https://revistalibreeindependiente.wordpress.com/2020/04/28/articulo-que-celebramos-en-el-dia-del-poeta-peruano-por-julio-barco/




Víctor Salmerón

Hola a todos. Decidí, siguiendo las demandadas más profundas de mi espíritu, crear este espacio de opinión porque me gusta escribir y expresar, de manera clara y vehemente, mis ideas filosóficas y políticas. Me gusta el debate. Especialmente cuando es desarrollado bajo la norma del respeto, algo tan elemental, pero en peligro de extinción. El contenido principal de este espacio es de carácter filosófico, es verdad. Sin embargo, los acalorados debates políticos y otros temas de cultura saldrán a relucir de vez en cuando.

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