No queremos un santo, con Óscar Arnulfo Romero nos basta

Este foto es cortesía de gerson_rodriguez 

Entre más se adecue el pensamiento con la realidad, con los aspectos más objetivos de ésta, entre más grande sea esa adecuación, más creíble será no sólo el discurso pero también la corriente que de ello emerja e irrumpa. Ciertamente Derrida no compartiría esto, pero dejemos sus elucubraciones de lado.

 

Eso es lo que caracterizó a monseñor Romero, la harmonía entre la teoría y la praxis. Como superó la falsa conciencia religiosa, no le quedó otro remedio que ponerse en favor de las mayorías sufridas, pero, ojo, en algún tiempo el sufrimiento de las mayorías populares—condenadas a vivir en condiciones que definitivamente ofenden la dignidad humana no por causas naturales sólo sino causadas por intereses mezquinos de ciertos sujetos en la historia— no lo preocupaba ni era parte de su imaginario político y religioso. 

 

Su discurso, en algún tiempo, coincidía más con la piedad y la moralidad cristianas. Temas como estos son los favoritos de los obispos clericalistas y gazmoños. Y es entendible, es que ese tipo de discurso es el que más le gusta a la clase opresora, ese discurso que hace más énfasis en el pecado personal que en el pecado estructural, que es en gran parte el que trae el pecado personal. Cada quien es libre de creer en el pecado, algo sí es cierto: existe un mal humano (realizado por su mano) objetivo, en el mundo y en El Salvador, que niega sistemáticamente la vida de la mayoría y afirma la de un pequeño grupo privilegiado.

 

Pensar que Monseñor Romero murió por la defensa de un cuerpo de verdades doctrinales absolutistas y vacuas sería un error terrible y desfiguraría esencialmente la existencia diáfana de este hombre.

 

Oscar Arnulfo Romero, ahora canonizado, murió estrictamente por defender las causas de los más desafortunados, los que producto de su pobreza material son “la nada” y “lo exterior” a la totalidad política, económica, religiosa etc.; los que la iglesia oficial defiende más con buena intención y oraciones que con acciones concretas que lleven tensión a los que los oprimen sistemáticamente; a esos defendía el Obispo Romero.


Monseñor Romero es un hombre que existió en  el tiempo y el espacio, no es un santo etéreo al estilo Tomás de Kempis cuyos tiros todavía resuenan en algunas conciencias gazmoñas católicas, y no sólo existió como cosa pero como sujeto activo, por ello transformó su teología y su epistemología y brindó esperanza al país.  Él supo, no por oportunismo o deseo de llamar la atención, y lo pienso así pues su vida lo confirma, entender y definir el contexto que determinaba la realidad salvadoreña en ese entonces de manera precisa.

Víctor Salmerón

Hola a todos. Decidí, siguiendo las demandadas más profundas de mi espíritu, crear este espacio de opinión porque me gusta escribir y expresar, de manera clara y vehemente, mis ideas filosóficas y políticas. Me gusta el debate. Especialmente cuando es desarrollado bajo la norma del respeto, algo tan elemental, pero en peligro de extinción. El contenido principal de este espacio es de carácter filosófico, es verdad. Sin embargo, los acalorados debates políticos y otros temas de cultura saldrán a relucir de vez en cuando.

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